“Cuando terminemos este trabajo…
- Circo Criollo Revista
- 16 sept 2019
- 12 Min. de lectura
Actualizado: 18 sept 2019
Then take me disappearing Through the smoke rings of my mind Down the foggy ruins of time Far past the frozen leaves The haunted, frightened trees, out to the windy beach Far from the twisted reach of crazy sorrow Yes, to dance beneath the diamond sky With one hand waving free Silhouetted by the sea, circled by the circus sands With all memory and fate Driven deep beneath the waves Let me forget about today until tomorrow
Mr Tambourine man, Bob Dylan/Robert Allen Zimmerman
… los jóvenes sólo se dedicaran a joder y a bailar.” Eso les dijo un genocida a Silvia Liaudet y a Eduardo Caram, el joven matrimonio de Zarate, en el camión en donde, secuestrados, los llevaban a Campo de Mayo, al centro clandestino de detención El Campito. Ahí mismo lo torturaron a Luis Ramírez, en el camión, sin pérdida de tiempo, sin mediación. Luis era compañero de la militancia católica y de la JP y lo torturaban arriba del camión el de bigotes largos para abajo, el más estrafalario de todos, y uno flaco, y obligaban a un muchacho hecho piltrafa, destruido, que ya había marcado la casa de los Caram, había reconocido a Eduardo frente al Gordo 1 y los había llevado hasta el bar Argon donde Luis jugaba al ajedrez, y también lo había marcado, lo obligaban a darle manija a la picana portátil, a alimentar de fuerza la picana, y estallaba en gritos el pobre muchacho hecho una piltrafa, destruido, pidiéndole a Luis que cantara, que lo iban a destrozar, quizá como ya estaba destrozado él. La joven pareja de jóvenes católicos y peronistas rezaba y rezaba cada vez más fuerte y sobre imponía sus rezos sobre los gritos de dolor de Luis y al ruego del joven hecho una piltrafa, quebrado, hasta que los genocidas también ordenaron el cese de los rezos, y uno dijo: “Cuando terminemos este trabajo los jóvenes sólo se dedicaran a joder y a bailar”.
Esto lo contaron Silvia y Eduardo, sobrevivientes de Campo de Mayo y a así lo recuerdo yo, en una audiencia de la Mega Causa Campo de Mayo que se tramita ahora en San Martin, que transcurre bajo la penumbrosa ausencia de referencias en los medios, de aquellos que nunca publican nada sobre los juicios de lesa humanidad pero habitualmente editorializan, y también ausencia de aquellos que habitualmente publican, ausencia de referencias en las redes y los portales dedicados a los derechos humanos. Silencios que sólo se explican porque la causa navega entre el caso aparentemente más periodístico de los obreros de Mercedes Benz y a la espera del caso de los obreros ferroviarios, y este es sólo un caso de la zona Zarate –Campana, con un desaparecido y dos sobrevivientes. Es decir, nada parece a priori llamar la atención de lo que ahí se dice, a pesar de que Silvia y Eduardo sobrevivieron al Campito, se sobrepusieron al terror y lo pueden contar. Pueden contar los pasos por los caminos de tierra, las veredas, el ingreso al centro clandestino, el registro de su número de detenidos, porque a partir de ese momento iban a ser ese número negando su nombre propio, el camino hasta los galpones, el ingreso al galpón, la guardia con esa parecita, el colchón asignado, los horarios, las guardias, los baños, el traslado hacia la sala de interrogatorios, el terror, las comidas, las noches, las chicas jovencitas que estaban a ambos lados, ‘Zulma o Susana’ al lado de Silvia y frente a ellos ‘Clarisa’ al lado de Eduardo. También supieron del compañero de Zulma o Susana, al que el lunes lo llevaron a las rastras de la colchoneta a la sala de torturas, una y otra vez, con las costillas quebradas. A pesar de todo esto que ellos conocieron y relataron, a pesar del plano que armaron, de una foto de un camión parecido al que los llevaron, de las caras de los genocidas que lograron reconocer, que es uno de los jefes de inteligencia que aún no tiene condena, no hubo un lugar, una presencia, un destacado como que nadie contó el camino al infierno como lo hicieron Silvia Liaudet y Eduardo Caram, por ejemplo, no cualquier infierno, sino este infierno en Campo de Mayo, del que poco se sabe y ahora sabemos.
Estábamos ahí un puñado de personas, junto con un grupo de estudiantes secundarios de nuestra zona, casualmente, en ese día. Éramos un puñado y ninguno de Zarate Campana, sino del ‘Vicente López’, del Colegio Nacional Vicente López, en donde un 23 de octubre de 1976 secuestraron a 4 compañeres, y el 11 de octubre de 1976 a Liliana Beatriz Caimi junto con su compañero, y el 2 abril también del 76 a Jaime Gerardo Szerzon junto a su hermana y el 4 de julio del 77 a Leticia Veraldi, siete compañeres del ‘Vicente López’, siete secundarios. Estábamos ahí, porque el año pasado el abogado de la causa, Pablo Llonto nos pasó el dato. Silvia y Eduardo reconocieron por las fotos a María y Leonora Zimmermann, María era Zulma o Susana y Leo era Clarisa, y el compañero de María era Pablo Fernández Meijide. Nada tuvimos de Eduardo Muñiz, el cuarto secuestrado en la noche del 23 de octubre.
Cuando el presidente del tribunal hizo las preguntas de rigor pero sin rigor sino con una afectuosidad fuera del modo burocrático, y el fiscal general preguntó sobre su detención, Silvia Liaudet empezó hablar y no paró. Habló y habló de sus primeras inquietudes adolescentes, en el marco de la militancia católica, contó de sus trabajos en la villa del Matadero, de Zarate, de su casita humilde, del barrio San Jacinto, de la comunidad de salesianos, del párroco y de Luis Ramírez. Y repentinamente llegó a su relato la persecución, el pedido del Padre, del cura, para que hospeden a una compañera perseguida que no tenía donde parar, tal vez por una noche y ellos acceden, dicen, por sus convicciones. Lo mismo que le dice Silvia a los genocidas cuando la interrogan en El Campito, cuando la llevan a la sala de interrogatorios, pero no la torturan, le preguntan, por qué recibió a esa persona que paso la noche en su casa, y ella dice, por mis convicciones. Y en el pasillo escucha como interrogan a otros, escucha golpes e insultos, y le dice al tribunal, yo estaba aterrada, paralizada, entonces la sacan de ahí y la devuelven al galpón, pero la angustia no cesó porque escucha que lo sacan a su marido y el tiempo pasa y no vuelve y se imagina, se imagina que lo están interrogando, que tal vez lo están torturando, pero Zulma o Susana/ María Zimmermann, ya con toda la experiencia de un par de semanas secuestrada ahí, le dice, le pide que no llore, que su marido está ahí, que los primeros cuatro días se dedican a juntar información y si encuentran contradicciones los empiezan a torturar y solo están ahí dos días nomas.
Según narró Julio Eduardo Caram al tribunal, el 4 de noviembre de 1976 al regresar a su casa luego de su trabajo, fue sorprendido en su propio hogar por un grupo de personas armadas, todas de civil y un jovencito de menos de 20 años que lo señalaba. Pero Eduardo afirmaba que no lo conocía. Entre amenazas e insultos para que diga la verdad, llaman al jefe, con el vas a hablar, así como una amenaza.
El jefe resultó ser El Gordo 1 y le dijo: Mira, yo soy el dueño de la vida y la muerte, así que hablá todo lo que sabes, porque si no la vas a pasar muy mal. Y Eduardo pensó en su bebito recientemente muerto y le contestó desde el fondo de su alma que no le tenía miedo a la muerte y que el único dueño de la muerte es Dios. El jefe, el que los iba a hacer hablar, lo deja, se va. Se ve que estaba preparado para todo menos para esa respuesta.
Al ingresar a El Campito, a Eduardo le encapuchan y lo espera una doble fila de uniformados, que es lo que puede ver por debajo de la capucha y mientras camina lo golpean y lo insultan y al entrar a un cuartito, lo despojan de todas sus pertenencias y le ponen grilletes en los pies. Y a pesar de que percibió que se encontraba en una situación de indefensión absoluta y que sentía el terror que se respiraba en ese lugar, nunca dejó de mantenerse firme en sus convicciones. Cómo cuando lo llevan hasta una sala para interrogarlo y hay ahí una persona que aparentaba ser más formado y tomaba nota de todo lo que declaraba, entonces ahí le dice que le jura por Dios que no estaba en nada y el tipo le dice que no jure por Dios en vano. O como cuando reclama atención para Silvia, que se había desvanecido, y empieza a gritar que estaba embarazada y viene un guardia y le da una patada en el pecho y lo voltea y ve desde debajo de la capucha que lo está apuntando con su arma.
Ahí fue cuando la compañera que estaba en la colchoneta de al lado, Clarisa/Leonora Zimmermann, le dijo que no los enfrente porque lo iban a matar.
Dice Eduardo que no pudo ver su rostro, no pudo ver el rostro de Clarisa, pero si al tomar sus manos se dio cuenta que era muy delgadita, que tenía la piel muy suave y de una voz muy amorosa que le daba ánimo.
43 años después, en qué registro, en qué recuerdos quedaran esas voces.
¿Qué puede hacer la humanidad ahí? Yo sé que es una pregunta trillada, y no pienso responderla desde los deberes morales, sino desde lo que recuerdan Silvia y Eduardo, sobre la humanidad de María y Leo. 16 y 17 años tenían Leo y María y lo que más recuerdan esta parejita de sobrevivientes son los consejos para sobrevivir en ese infierno, de cómo defenderse de las guardias nocturnas en las que se abusan de las mujeres, de los sueños y de no hablar dormida porque después te interrogan de aquello que sospechan, de cuando Silvia conoció a Clarisa/Leo, una chica muy jovencita, de cara angelical, que le dijo que estaba ahí porque le encontraron unas revistas y le conto a Silvia que la habían torturado y le mostró las marcas de las torturas en sus pechos, los quemaduras, los magullones. De cuando Eduardo le tomó las manos a Leo y rezaron en voz muy bajita, ahí, uno al lado del otro, tirados en las colchonetas, de las esperanzas de salir antes de navidad.
¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí la sed,/ hasta aquí el agua?/¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el aire,/hasta aquí el fuego?/ ¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el amor,/ hasta aquí el odio?/¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el hombre,/ hasta aquí no?/Sólo la esperanza tiene las rodillas nítidas. Sangran. –Juan Gelman-
Tirado en la colchoneta en El Campito, una noche Eduardo Caram encontró unos pedacitos de caña y de hilo revolviendo por el piso y ahí mismo hizo un crucecita y un guardia vio que tenía algo en las manos, porque la aferraba entre sus manos, y el guardia vio y le dijo que abra sus manos y entonces sólo vio que tenía una crucecita y ahí mismo retrocedió y no dijo nunca más nada. Pero no sabe como pero el resto de los compañeres del galpón se enteró de la crucecita y le pidieron que haga otras. Y del encuentro con Luis en un patio, Silvia frente a frente con Luis y Eduardo un poco más atrás, todos encapuchados, escuchando y Luis le dice a Silvia que se quede tranquila, que él había declarado todo, que ellos estaban limpios y desde ese momento no lo vio más. ¿Qué puede hacer la humanidad ahí?
Si esta pareja de militantes católicos desconcierta a los genocidas con su fe militante, más desconcierto nos generan la humanidad de los genocidas, como cuando el Gordo1 encuentra en la casa de los Caram el certificado de nacimiento reciente de un bebe de la pareja y les pregunta donde está y ella responde que falleció de muerte súbita y él le da el pésame, o la historia del perrito de la casa de los Caram, que iba a quedar solo y entonces el Gordo 1 la lleva Silvia hasta los vecinos de enfrente, acompañados por los genocidas y les pide que les cuide el perrito. Detalles que preceden a la tortura, a los golpes y luego al asesinato de algún detenido. Como cuando Silvia se desvanece y la sacan del galpón y la llevan a una enfermería para que la atiendan unos médicos. Como la guardia del domingo, más permisiva, que incluso deja que los detenidos desaparecidos puedan cantar y gastan bromas entre ellos, como hoy hacemos un asado. Y uno se pregunta, donde están ahora estos tipos, que hicieron con sus vidas, porque no hicieron algo más por todos ellos, por ejemplo, porque no declararon.
El Gordo 1 fue una incógnita para la Justicia Argentina hasta noviembre de 2014, cuando fue detenido en su casa del partido de Vicente López, justito a unas pocas cuadras del Nacional, increíblemente, quizá pasaba todos esos años por ahí, y mientras en la escuela se hacia las Jornadas por la Memoria por los estudiantes secundarios desaparecidos, y él tal vez, pasaba por ahí y vaya uno a saber que le pasaba por la cabeza. Tal vez nunca sospechaba que iba a caer, que lo iban a reconocer, casi 40 años ya era invisible. A tal punto que incluso se dio el lujo, no sé si se dice así, se postuló a candidato a intendente de Vicente López por la lista de Aldo Rico, allá por el 2003, con leyes de impunidad vigentes, pero igual, tuvo ese tupé de presentarse ante la sociedad, con fotos en los volantes, los afiches. El Gordo 1, el Doctor o el Tordo, es Carlos Francisco Villanova, y hasta el 2004 fue oficial mayor de la Policía Federal, entre 1976 y 1978, Villanova fue Claudio Federico Vargas y respondió a las órdenes de la Dirección General de Investigaciones como agente de Inteligencia, y estuvo en el Grupo de Tareas 2 del Batallón de Inteligencia 601 del Ejército argentino, es decir, en los años más duros del Terrorismo de Estado y en unos de los centros clandestinos de detención más duros de la dictadura. Ahora puedo entender porque Silvia dijo en el juicio que por lo menos hasta el 2006 se sintió, se sintieron controlados, permanentemente hostigados, vayan a donde vayan, siempre recibían una señal de que los seguían, que sabían dónde estaban, señales inequívocas aunque silenciosas, sin amenazas ni mensajes explícitos. Como lo que le ocurrió a la hermana de Luis Ramírez vez que por allá en el ’78, que recibió al salir de la nocturna una foto donde estaba ella y su hermano. Sucedió que alguien, repentinamente se acercó y se esfumó y no lo pudo encontrar más, a pesar de que inmediatamente se subió al auto con algún compañeres y recorrió el centro de Zarate, pero no lo pudo localizar. Era una foto que tenía una marca con una equis en la parte de atrás, la tenía marcada a ella, una foto que llevaba en la billetera su hermano Luis, porque era una foto con su sobrinito. En la casa de los Caram, durante años los teléfonos sonaban y nadie hablaba, así permanentemente se sentían hostigados los Caram.
El 4 de noviembre de 1976, a la tardecita, apenas se fueron los genocidas de la casa de los Caram en Zarate, el vecino de enfrente, la gente que casi no tenían una relación pero le habían dejado el perrito, este vecino, agarró su bicicleta y contra cualquier sentido común que le decía que no te metas, se fue derechito hasta la casa de los padres de Silvia o de Eduardo y les dio aviso y ahí mismo la comunidad empezó la búsqueda, inmediatamente, búsqueda por los campos, en grupitos, por si los habían largado por ahí, que eso pensaban que pasaba, como un desconcierto de la gente común también. No como el Obispo de Zarate, que no es gente común, y que el matrimonio Caram fueron inmediatamente a visitarlo apenas liberados para contarle que ahí donde estuvieron detenidos clandestinamente había mucha gente viva, que algo había que hacer y parece ser que el Obispo reflexionó que esta gente ahí detenida clandestinamente estaba más cerca de dios, pero, oh Dios, explíquenme, como puedo entender la fe cristiana del Obispo, explíquenme. Mientras tanto la comunidad oraba en forma permanente y hasta las misas se habían suspendido.
Ni bien restaurada la democracia Eduardo se acercó a la Conadep con un escrito, pero algo no le gustó, porque en la puerta había un oficial de la Policía Federal y no se sintió seguro, tal vez porque recordó que ese oficial de la Policía Federal que estaba en la puerta de la Conadep tenía la misma identificación que le mostró el Gordo 1 cuando se metió en su casa. Igual entró a las oficinas de la Conadep y lo atendió justo Fernández Meijide, pero ella le dijo que ese escrito si no lo firmaba no servía de nada, pero él no quería firmarlo, ahora se entiende porqué, porqué se sentían vigilados y estaba la Policía Federal ahí rondando, y el Oficial Mayor Carlos Francisco Villanova seguía activo, claro que ellos no tenían información sobre eso, pero no era descabellado pensarlo. Entonces no lo firmó, pero le dejo ese escrito que describía todo lo que habían visto y padecido a la Sra. Fernández Meijide, que era ni más ni menos que la mamá del compañero de Zulma o Susana /María Zimmermann, Pablo Fernandez Meijide. El pibe que aquel domingo, durante su cautiverio, Silvia le llevo el mensaje de María, de que ella estaba bien, y que aquel el lunes era sistemáticamente torturado, una y otra vez, pero Eduardo no sabía eso y Fernández Meijide no creo que haya sospechado que estos sobrevivientes que fueron detenidos el 4 de noviembre, apenas 12 días después que su hijo, pudiera ser que supiese algo de él, así que lo que único que recibieron años más tarde fue un exhorto judicial para declarar en Roca, Rio Negro, porque ya estaban viviendo en el sur, una declaración más bien formal, sin ninguna pregunta sustancial.
Hace un año, en el 2018, Pablo Llonto, abogado querellante en muchas de las causas sobre Campo de Mayo, asumió como abogado de los Caram, y en tribunales pudieron reconocer fotográficamente a María y Leonora Zimmermann, y por primera vez existe un testimonio directo de la detención clandestina de los chicos del Nacional de Vicente López en Campo de Mayo, compañeres que aún esperan justicia.
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