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VOLVER AL FUTURO

  • Foto del escritor: Circo Criollo Revista
    Circo Criollo Revista
  • 18 sept 2019
  • 5 Min. de lectura

Por Leonardo Alonso

El s

ugestivo error de cálculo pretende relacionar la llegada del peronismo con ciertos problemas económicos y estructurales, e intentan demostrarlo tomando variables antojadizas y fáciles de refutar, como estadísticas falaces y hasta conceptos brutales, pero en realidad esas manifestaciones son prácticamente emocionales, sin pretensión de algún encuentro con la verdad, sino con la puntillosa búsqueda de afirmaciones que justifiquen el desprecio, y les debo confesar además, que en muchos de los casos, ni si quiera creo sean desprecios propios.

La razón de mi suposición es netamente política, consecuencia del permanente choque de visiones del mundo y la comunidad, que a mi entender es una constante desde mucho antes de la Revolución de Mayo, es decir, aquel desprecio no es al peronismo en sí, sino a lo que representa, a lo que puso en cuestión, ni más ni menos que una concepción diametralmente opuesta a lo establecido como ordenador social, rompiendo una cuidadosa maraña de contratos implícitos, cuyos resultados eran medidos en términos generales, pero repartidos sin equidad ni escrúpulos.

El asunto es que ni siquiera eran ideas nuevas, sino que podemos apreciar su organización desde análisis de la libertad desde hacía ya varios siglos, partiendo de condicionamientos primarios que hacen que el renuncio sea parte de la seguridad en términos sociales y prácticos, para lo cual es fundamental el individualismo, naturalizando el ejercicio del poder a partir de una organización a la cual someterse.

La novedad entonces, no era el hecho de dictar leyes o basarse en algunas que ya existían, sino en un concepto que recién se pondría en letras varias décadas después. La universalización, el reconocimiento de derechos colectivos, la sustentación de la comunidad desde la base de la pirámide, una forma de construcción y organización social y política que parte del beneficio a las mayorías desde la concepción de derechos como universales. Esto que hoy parece una obviedad, puso en jaque las estructuras cuidadosamente montadas, poniendo los sueños particulares al alcance de la mano de la organización colectiva. La novedad era que no se trataba que les otorguen derechos en la medida de la voluntad personal de quienes ejercían el poder, sino que esos derechos les pertenecían y podían arrancarse desde la cooperación y la unidad.

Fue así como, ante el espanto de la oligarquía vernácula, nacieron conceptos como “Mijo el dotor” y las playas se llenaron de trabajadores y trabajadoras, de pronto sus hijxs tenían bici, lxs viejxs laburantes ya descansaban y encima accedían a remedios. La universalidad, en definitiva, mejoraba la vida de todxs, sobre todo de las personas más vulnerables. La educación, la salud, la cultura y el ocio ya no eran privilegios para pocas y pocos.

Pero aun así, había mucha gente y todavía la hay, que prefiere la seguridad de lo establecido, que no ha roto aquel contrato y grita por privilegios ajenos como si el sólo deseo algún día lo convierta en aquél o aquella que hoy considera superior en la escala social.

En definitiva, considero que es posible que mucha gente elija contra sus propios intereses y hasta derechos, pero es de suma importancia comprenderlo desde su participación en la comunidad, desde sus orígenes y desde la asunción del discurso brutal que se manifiesta aún hoy, de forma cruda y hasta obscena.

PASADO EL TIEMPO

Como si la historia fuese un recuerdo vago, las discusiones siguen siendo parecidas, pero la brutalidad de los dichos reciclados evidencia y reafirma el concepto de la representación de lo colectivo como una idea peligrosa, sumando el paso del tiempo que borronea las viejas luchas. La verdadera búsqueda es el regreso a la sumisión, al individualismo, a que olvidemos las líneas de partida para que nos muestren sus herencias como conquistas posibles únicamente desde el esfuerzo y el mérito.

El desprecio es a la movilidad social ascendente, al abandono de privilegios en nombre del señalamiento de la contribución económica como una posición especial de poder, y es así como prometen una vida mejor desde pinturas abstractas, desde humildades fingidas, “bajando” y abrazando a quienes van a ayudar con esa vieja voluntad particular, pero apenas asumen nos recuerdan las uñas, y en un gesto lastimoso, se disculpan por no haber previsto que va a ser más difícil para ellxs tomar dolorosas decisiones, único camino para sacarnos de una crisis que no existe.

Regresa entonces el viejo discurso, el del esfuerzo necesario, el de la virtud de la pobreza en nombre de un futuro que nunca llega, el de la dignidad del dolor, e increíblemente nos dicen que el acceso a derechos universales era en realidad un regalo que no debíamos aceptar, que la sumisión es un privilegio que debemos cuidar y así un listado de cosas que en realidad era una fantasía de la que nos vinieron a despertar. Fue así que nos dijeron a plena luz del día que no merecíamos comprar celulares, ir de vacaciones, tener calefacción, electricidad y servicios, y como resumió Jorge Macri, “Poner plata en el bolsillo de la gente no es una prioridad”.

Ese discurso es sumamente necesario para volver a establecer “nuestro lugar” mientras hacen todo lo necesario para conseguirlo, y no al revés.

Pero el objetivo va mucho más allá del discurso, porque no es diferente de lo ocurrido en la historia, para llevarse los recursos en necesario robarnos la historia, y ya sin recursos ni historia, se nos escapan con el futuro.

PERO EL COMPROMISO

De pronto, sin túneles oscuros ni promesas de esfuerzos, el peronismo volvió a romper las estructuras que el gobierno inexplicablemente pretendía sostener, aún sin otro plan que reinstalar el viejo demonio de la organización, de la justicia social como una tragedia populista, se detuvieron sin reflejos en frases que repetían como mantras, pero lo incomprensible no era ese discurso, sino a quienes iba dirigido. Parecían insistir en su intento de instalar la idea de los sueños colectivos como un peligro institucional, una fantasía totalitaria, esa vieja perspectiva de la conquista de privilegios asegurando el cuidado de la libertad, pero sin los cuidados ni la libertad, y todo eso como si las mayorías populares estuviesen atentas a semejantes consignas.

Pero no sólo se visibilizó la mentira, sino que apareció nuevamente algo contra lo que jamás pudo el establishment, la esperanza, esa que genera no sólo la construcción política, sino la del compromiso.

Como una catarata de sentimientos encontrados, y después de una saludable catarsis, reapareció el compromiso, eso que tanto detestan y no pueden comprender en su desprecio, convertir los sueños personales en derechos colectivos.

Entonces cada espacio de discusión se convirtió en construcción, pero de construcción de lo posible, y sobre todo, reafirmó el compromiso de todxs y cada unx de quienes de alguna forma participamos en la política, entendiendo profundamente que ese compromiso nos excede, sabiendo que no sólo es entre nosotrxs, sino para con quienes pretendemos representar.

No abandonarlo es una obligación, porque es la única forma de convertir la descripción de lo que pasa en la realidad palpable, sin condicionamientos, sin preguntar a nadie que piensa, sino con la convicción que queremos una sociedad con equidad, donde la solidaridad no sea una necesidad sino una forma de comprender la organización social y la democracia, principios básicos de la definición de políticas públicas con perspectiva de derechos humanos.

En definitiva, el compromiso no termina en la victoria en elecciones, ni nunca, y permítanme el atrevimiento, tampoco empieza en fechas determinadas, es sino la continuidad permanente con base en la convicción, que es posible una vida mejor para cada persona, que no es justicia el olvido, que no es humano empujar a nadie al hambre, que la tragedia es un solo pibe sin vacunas, una sola piba sin la merienda, un solo viejo eligiendo remedios como si decidiese de qué morir, y no la organización colectiva que lo denuncia.

Los ideales son ese horizonte que se aleja con cada paso, y nos permite caminar, decía Galeano con palabras parecidas, si miramos de ese modo, jamás perderemos de vista las manos tendidas en las banquinas de ese camino que jamás termina.

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