Crónica del Cordobazo (1º Parte)
- Circo Criollo Revista

- 29 may 2019
- 8 Min. de lectura
Reconstrucción Histórica
Por James P. Brennan
“El Cordobazo del 29 y 30 de mayo de 1969 llevó a su climax una campaña de una semana de duración de oposición a Onganía por parte de los trabajadores y estudiantes de la ciudad. Durante ese mismo mes, muchos de los principales sindicatos de Córdoba enfrentaron, de manera coincidente, graves problemas en sus respectivas industrias. Además de los problemas que seguían sufriendo los trabajadores de IKA-Renault y la UOM, los de otras industrias eran sujetos por sus empleadores de nuevas presiones. Atilio López y la Unión Tranviarios Automotor reaparecieron luego de un distanciamiento de casi siete años de la política sindical local para organizar una serie de huelgas de protesta contra la propuesta de reorganización del sistema de transporte urbano que habría perturbado gravemente los planes de jubilación y las categorías. En las semanas que culminaron en el Cordobazo, los choferes, amargados por el fracaso de las cooperativas obreras que se habían establecido en algunas líneas luego de la privatización de la empresa municipal de ómnibus en 1962 e inquietos con la perspectiva de la inminente reestructuración del sistema de transporte público de la ciudad, se contaron entre los miembros más activos de la clase obrera cordobesa.
Luz y Fuerza, un sindicato normalmente inmune a conflictos tan ásperos con la patronal, tenía sus propios motivos para llevar su militancia un paso más adelante. Un nuevo plan gubernamental para la racionalización de la Empresa Provincial de Energía de Córdoba y la privatización parcial de la energía eléctrica de la provincia eran considerados como el primer paso hacia la disolución de la empresa pública y finalmente la privatización completa de la industria.
En mayo fue también un mes excepcionalmente tenso para los estudiantes, en la medida en que el gobierno redobló sus esfuerzos para sofocar cualquier signo de actividad política en las universidades del país. El 15 de mayo, una huelga estudiantil en la Universidad Nacional del Noroeste en Corrientes fue violentamente reprimida por el ejército, con el saldo de un estudiante muerto y varios heridos. Los acontecimientos de Corrientes fueron la chispa de una protesta estudiantil nacional en la cual quienes aún eran leales a la CGTA y los estudiantes marcharon del brazo por ciudades tales como La Plata, Rosario y Tucumán. Como era de prever, la mayor de las protestas fue la de Córdoba. Allí, las manifestaciones estudiantiles fueron de la base más amplia, incluyendo la participación de los Sacerdotes del Tercer Mundo, los independientes de Tosco y una serie de sindicatos peronistas. Después de enfrentamientos separados con la policía, que culminaron con la erección por parte de los estudiantes de barricadas en las calles del Barrio Clínicas el 23 de mayo, las relaciones amistosas entre los movimientos obreros y estudiantil se convirtieron en una virtual alianza, y la sede central de la CGT en Vélez Sarsfield sirvió como lugar de reunión tanto para los sindicatos como para las organizaciones políticas estudiantiles. El 25 de mayo Tosco pronunció en la universidad un discurso que cimentó públicamente la alianza entre obreros y estudiantes y preparó a unos y a otros para los sucesos del Cordobazo.
Las presiones de las provincias, especialmente de la CGT cordobesa, habían impulsado tanto a la CGTA nacional como a la renuente CGT de Vandor a coordinar un paro general de 24 horas para el 30 de mayo. En Córdoba, los sindicatos negociaron para iniciarlo el 29 y extender la protesta local a 48 horas. Fernando Solís, un empleado administrativo de la forja de IKA-Renault, fue uno de los muchos trabajadores de esa empresa que expresaron su respaldo a un paro activo, con abandono de las tareas y marcha por el centro de la ciudad, en vez de paro dominguero o matero, propugnado por Vandor y la CGT vandorista. Los líderes sindicales compartían ese sentimiento y, decidido el paro de 48 horas, se reunieron el 28 de mayo en la sede central de Luz y Fuerza, junto con los principales dirigentes de las organizaciones estudiantiles, a fin de coordinar la protesta. Como gesto de apoyo a la demostración más ambiciosa de Córdoba, la CGTA envió a Ongaro a la ciudad para participar de los acontecimientos.
Ongaro fue detenido a su llegada a Córdoba en la mañana del 27 de mayo.
En la reunión del 28, Tosco, Torres, Miguel Ángel Correa, López, Alfredo Martini (principal lugarteniente de Simó en la UOM local) y varios representantes estudiantiles acordaron marchar al día siguiente en columnas separadas: una desde Santa Isabel, en la que se agruparían principalmente los trabajadores de SMATA que subirían por Vélez Sarsfield hasta la plaza, y la otra dirigida por los trabajadores de Luz y Fuerza desde las oficinas de EPEC, que marcharía pro la Avenida Colon, Debían encontrarse alrededor del mediodía frente a las sede central dela CGT y organizar allí una concentración. A los cuatro principales sindicatos participantes de la protesta –Luz y Fuerza, el SMATA, la UOM y la UTA- se les asignaron sectores separados de la ciudad, donde cada uno debería coordinar la resistencia en caso de que la policía disolviera la manifestación.
En escritos y entrevistas posteriores, Tosco destacó los objetivos políticos premeditados de los sindicatos; insistió en que las interpretaciones que postulaban la naturaleza espontanea del Cordobazo eran erróneas y que los sindicatos y sus aliados estudiantiles tenían designios tácticos bien definidos y una finalidad política detrás de la protesta. En rigor de verdad, en las primeras horas de ésta los sucesos se desarrollaron en gran parte como se había planeado. En la mañana del 29, bien temprano, Torres y sus colaboradores más íntimos del SMATA abandonaron la sede del centro y se dirigieron a las puertas de la fábrica IKA-Renault. Torres llegó justo en el momento en que el turno nocturno se iba del complejo; el turno matutino ya estaba trabajando en las fábricas. Francisco Cuevas trabajaba en un taller de maquinaria y era uno de los muchos trabajadores que veían a Torres como un hacedor de arreglos, un “burócrata” que negociaba con la empresa a puertas cerradas, “bajo cuerda”. No obstante, dejó sus tareas junto con prácticamente todos los miembros del departamento para marchar detrás del líder de SMATA cuando su delegado dio la señal. De manera similar, Nino Chávez, que trabajaba en el departamento de pintura, vio a sus compañeros abandonar en masa los puestos de trabajo. A medida que se iban de las plantas, los trabajadores tomaban barras de metal, herramientas, rodamientos, pernos y cualquier otra cosa que hubiera a mano para defenderse a sí mismos. Fuera de las puertas de la fábrica, Torres pronunció un breve discurso. A eso de las once de la mañana, y seguido por cerca de 4.000 trabajadores del SMATA, entre ellos Pablo y Juan Baca, se encamino a la sede central de la CGT en Vélez Sarsfield.
Oscar Álvarez, empelado administrativo de la EPEC, se reunía entre tanto con los trabajadores de Luz y Fuerza en las oficinas de su empresa, varias cuadras al norte de la zona céntrica. La columna que debían dirigir los trabajadores de ese sindicato estaba lista para marchar directamente a Vélez Sarsfield a través del área estudiantil del Barrio Clínicas. En las fábricas de Fiat, cuyos representantes sindicales controlados por la empresa no habían sido incluidos en la planificación de la huelga, corrió no obstante la voz de la manifestación en el centro, y unos pocos trabajadores abandonaron las plantas para marchar desde Ferreyra. Gregorio Flores se contaba entre quienes estaban dispuestos a arriesgar una suspensión y tal vez hasta el despido, para dejar sus puestos de trabajo y marchar por la ruta 9 hasta la ciudad.
Los capataces militares de las fabricas IAME, por su lado, impidieron allí cualquier abandono de la planta, y Manuel Cabrera, un trabajador de la fábrica de aviones, se vio obligado a esperar hasta el fin de su turno a las dos para marchar con un puñado de obreros de la empresa dispuestos a caminar 14,5 km hasta el centro, que por entonces era escenario de confusiones y tumultos.
Los trabajadores de otros sindicatos que habitualmente eran pasivos, también se movilizaron. Graciela García, una estudiante universitaria, volvía a su casa cuando se sobresaltó a la vista de la columna de los ferroviarios que marchaba hacia el centro; era la primera vez en años que veía a trabajadores de ese gremio participar en una protesta. Juan, metalúrgico, descubrió que el descontento de sus compañeros con Simó, la representación sindical de la UOM local y el repetido fracaso de resolver los problemas referidos a condiciones de trabajo y categorías en su fábrica autopartista no les impedían ese día apoyar a su sindicato. Miguel Contreras y otros que trabajaban en un pequeño taller metalúrgico de la calle La Rioja que proveía de autopartes a IKA-Renault también estaban descontentos con su representación de la UOM y habían tratado sin éxito de afiliarse al SMATA. Pero a pesar de su oposición a Simó, también hicieron caso al llamado del sindicato a abandonar el trabajo y marchar hacia el centro. Algunos trabajadores de la UOM no lo hicieron. El propietario de un taller autopartista del Barrio Mitre, después del trabajo llevó en auto a sus casas a sus operarios afiliados a la UOM, y en su barrio cerca del complejo Fiat el día transcurrió en calma. Esos trabajadores, de quienes el empresario dijo “no habían hecho ni un solo día de huelga” en su taller, eran no obstante la excepción, ya que incluso los afiliados a los sindicatos más inactivos adhirieron a la protesta.
Entre tanto, el principal contingente obrero continuaba su marcha desde Santa Isabel. La columna de IKA-Renault había crecido en varios miles de personas, al unírsele estudiantes y trabajadores de los barrios que atravesaba, así como columnas de la UOM y otros sindicatos. A medida que los manifestantes avanzaban hacia el centro de la ciudad, trabajadores del SMATA que se adelantaban a explorar la ruta en motocicleta llevaron a Torres la noticia de que una enorme concentración policial, montada y con perros, estaba esperándolos en la plaza para impedir el acceso a Vélez Sarsfield y la demostración de la CGT. Al llegar a la plaza, un trabajador, Arístides Albano, vio a estudiantes que soltaban montones de gatos vagabundos y arrojaban rodamiento en las calles, tácticas que les habían visto utilizar en manifestaciones anteriores para desviar la atención de los perros de la policía y asustar a los caballos. Cuando la policía lanzó las primeras granadas de gas lacrimógeno al acercarse las columnas a la plaza, en represalia se les arrojaban bombas caseras del mismo gas, de las que se decía habían sido fabricadas por estudiantes de Química.
Como resultado de la presencia policial, algunos trabajadores se desplegaron por las barriadas adyacentes –Barrio Nueva Córdoba, área estudiantil al este, y Barrio Güemes, zona obrera al oeste-, donde los vecinos se apresuraron a dar a los manifestantes escobas, botellas y todo lo que pudieran usar como defensa. Algunos de los manifestantes, como Pablo, el descontento trabajador del departamento de Pintura de IKA-Renault, creyendo que la protesta iba a ser otra insustancial demostración más, abandonaron la columna cuando esta llegó al centro, dirigiéndose a sus casas. La mayoría, sin embargo, estaba dispuesta a contemplar su desenlace y siguió su marcha.
Cuando el grueso de la columna bajó por Vélez Sarsfield hacia el Boulevard San Juan, la policía se aterró y abrió fuego, matando a un trabajador, Máximo Mena, e hiriendo a muchos otros. Después del pánico inicial, por las filas

de los miles de manifestantes que permanecían en Vélez Sarsfield se difundió una ola de indignación y resolución. A la vista de esos millares de trabajadores ahora encolerizados y amenazantes que marchaban resueltamente hacia ella, al principio la policía vaciló y comenzó a retirarse, luego huyó en desbandada. Desde ese momento, la protesta perdió su organización y se transformó en una rebelión espontanea.
Minutos después del choque entre trabajadores y policía, aterrados comerciantes se apresuraron a dar por terminada la jornada, tapiando las vidrieras e interrumpiendo la actividad comercial.







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