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Crónica del Cordobazo (3º parte, final)

  • Foto del escritor: Circo Criollo Revista
    Circo Criollo Revista
  • 29 may 2019
  • 6 Min. de lectura
Reconstrucción Histórica

Por James P. Brennan

Hacia al anochecer, la protesta comenzó a asumir un carácter diferente, a medida que la iniciativa pasaba de los trabajadores a los estudiantes. Los dos barrios estudiantiles, Clínicas y Alberdi, se convirtieron en los centros de la resistencia, si bien otros grupos y clases participaban allí, en especial obreros. Jorge Sanabria, estudiante universitario, se sorprendió al encontrarse en su barrio, Alberdi, no sólo con sus compañeros sino también con vecinos que eran amas de casa, trabajadores y comerciantes, ninguno de los cuales había adherido antes a las protestas estudiantiles. El padre Vaudana también había llegado al centro de la ciudad con sus feligreses para unirse a la demostración. El barrio Clínicas, en especial, atraía a manifestantes de toda la ciudad en un número que Tosco estimó posteriormente en 50.000 personas, y parecía inevitable un enfrentamiento sangriento con el ejército. En esos momentos, los francotiradores habían tomado posiciones en los techos de los edificios del lugar y empezaban a llegar reservas de armas, de las que se rumoreaba eran la precipitada contribución de varias organizaciones izquierdistas clandestinas, a las que al principio la protesta había pescado desprevenidas.

El ejército marchaba al encuentro de esta tensa situación; las primeras tropas llegaron a los límites del Barrio Alberdi poco antes de las cinco. Hacia las seis, se habían trasladado a la zona de barricadas de Avenida Colon, y contestaron el fuego de los francotiradores de los techos con disparos de ametralladoras. A pesar de la fuerte resistencia, las tropas avanzaban con firmeza, tomando las calles una a una. Los francotiradores, armados principalmente con pistolas de bajo calibre, rifles de caza y cocteles molotov, eran superados en potencia de fuego, y a medida que el ejército subía hacia el este por las paralelas de la Avenida Colon y Santa Rosa, algunos manifestantes buscaron refugio en las pensiones y casas particulares del barrio, mientras la mayoría abandonó decididamente la zona y se unió a los miles que ocupaban barricadas y encendían hogueras en el Barrio Clínicas.

En el otro extremo de la ciudad, Eduardo, un estudiante universitario de Arquitectura al que se le había negado la entrada a la universidad en 1966 como consecuencia del nuevo examen de ingreso de Onganía, estaba trabajando en su empleo de tiempo parcial en la empresa telefónica en el anochecer del 29 de mayo. Él y otros operadores observaban aprensivamente la manera en que el ejército coordinaba la represión del levantamiento entrando a la compañía de teléfonos e interviniendo las llamadas, reuniendo información a partir de las conversaciones de ciudadanos comunes que proporcionaban valiosos datos logísticos y ayudaban a determinar con precisión la localización de los francotiradores.

Como había bolsones de resistencia en otras zonas de la ciudad, se enviaron tropas a otros barrios además del Clínicas. En barriadas como San Martín y Nueva Córdoba, estudiantes y vecinos construyeron barricadas por su cuenta, y hubo intercambio de disparos entre los manifestantes y el ejército en varios puntos a lo largo de Córdoba. Pero se trataba de cuestiones menores, acciones de diversión de los más importantes acontecimientos que tenían lugar en el Barrio Clínicas.

Poco después de las once, comandos de Luz y Fuerza entraron en la planta eléctrica de Villa Revol y produjeron un apagón en la ciudad, exactamente como lo habían planeado la noche anterior. El apagón desorientó temporariamente a las tropas del ejército, permitiendo que los manifestantes recuperaran la iniciativa. Fernando Solís, obrero de IKA-Renault que había apoyado la idea de un paro activo y que permaneció en las calles todo el día, estaba al anochecer de vuelta en su barrio, Parque Chacabuco, escuchando la radio de onda corta de un amigo que se las había ingeniado para sintonizar las transmisiones del Tercer Cuerpo del Ejército. Solís comprendió entonces por primera vez la magnitud de la protesta, al escuchar al frenético operador de la radio prometer refuerzos de Buenos Aires y caracterizar la situación de la ciudad como critica, al borde de tornarse ‘incontrolable’. En los cuarteles policiales del centro, Héctor Maisuls, estudiante que había sido detenido varias horas antes, observaba a los policías ponerse cada vez más encolerizados y ansiosos y dar rienda suelta a su frustración y humillación por ser incapaces de suprimir el levantamiento mediante palizas a los manifestantes capturados. En la pensión de la tucumana, en el Barrio Clínicas, las tropas del ejército entraron en busca de estudiantes, condición de que por si sola implicaba ahora culpabilidad e invitaba a las represalias. No obstante, por el momento la iniciativa había vuelto a manos de la resistencia. Durante las dos horas siguientes los manifestantes pudieron moverse con relativa libertad, provocando más incendios –incluyendo un intento fallido de quemar el Banco de la Nación- mientras el ejército quedaba paralizado y sin comunicaciones.

La energía se restableció a eso de la una de la mañana, y el ejército reanudó su asalto, haciendo docenas de detenciones a lo largo de la noche e infligiendo graves pérdidas a los francotiradores. El Barrio Alberdi y especialmente el Clínicas siguieron siendo los centros de la resistencia durante la noche, aunque los barrios al norte y al sur de la disputada zona céntrica se convirtieron en nuevas áreas de disturbios cuando el levantamiento se trasladó aparentemente a la periferia de la ciudad, donde la presencia militar era débil.

Al amanecer, Córdoba era una ciudad ocupada. Si bien podía oírse disparos esporádicos por doquier y los francotiradores del Barrio Clínicas sequian ofreciendo resistencia, el ejército había apostado tropas en los puntos estratégicos a lo largo y lo ancho de la ciudad y se movía con tanques pesados. Cuando la infantería se movilizó para el asalto final al Barrio Clínicas, centro estratégico de la rebelión, las marchas de protesta previamente planificadas para la huelga general de ese día atrajeron el apoyo de gran parte del pueblo y obstruyeron las calles céntricas, obligando a los jefes militares a posponer su ataque.

En las sedes del SMATA y Luz y Fuerza, los dirigentes sindicales, principales organizadores obreros del Cordobazo –algunos asombrados y otros consternados por lo que había generado su protesta- planificaban el paso siguiente. Tosco y los trabajadores de Luz y Fuerza que aún se encontraban en el centro de a ciudad estaban en general a favor de continuar la resistencia. Torres simplemente esperaba que esta terminara, convencido de había sellado su propio destino –la pérdida de su sindicato, tal vez incluso una larga sentencia de prisión- y de que no tenía más posibilidades de éxito.

Sin embargo, ni Tosco ni Torres se vieron obligados a tomar la decisión final de resistir o rendirse. Las tropas del ejército entraron en ambos edificios sindicales en las primeras horas de la mañana y detuvieron a todos los dirigentes presentes. Esposados, Tosco y Torres fueron conducidos a la comisaría central de la policía en la plaza San Martin. Al día siguiente, mientras se lo trasladaba en un avión de la fuerza aérea a la penitenciaria federal de La Pampa, Torres se enteraría de que sus peores temores se habían cumplido: un tribunal militar lo había condenado apresuradamente a cuatro años y ocho meses de cárcel. Sobre Tosco había recaído una sentencia a ocho años y tres meses, y otros dirigentes de Luz y Fuerza, como Felipe Alberti y Tomas Di Toffino, también recibieron duras condenas de varios años.

Después de los arrestos de Tosco y Torres, lo que quedaba de la participación obrera en el Cordobazo disminuyó. La resistencia se limitaba ahora al Barrio Clínicas, pero incluso allí estaba muy debilitada. Alrededor de las seis de la tarde del 30 de mayo, el ejército lanzó su ofensiva final sobre el barrio y una hora después lo había ocupado completamente. Se informó de nuevos disturbios en las barriadas obreras del norte de la ciudad, en especial en General Bustos y Yofre, y en el Barrio Talleres los trabajadores ferroviarios incendiaron los talleres de reparación del Ferrocarril General Belgrano. Pero se trataba de protestas aisladas y desorganizadas, los últimos remezones del terremoto que había tenido su epicentro en el Barrio Clínicas.

Al anochecer del 30, el Cordobazo había terminado. Los dos días previos habían dejado una cifra oficial de doce muertos, pero la real era indudablemente mucho más alta –tal vez de sesenta-. Había también cientos de heridos, al menos noventa de ellos de gravedad, y más de un millar de personas habían sido detenidas. Gran parte de la ciudad estaba dañada, y algunas zonas reinaba la destrucción.

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