Crónica del Cordobazo (2º parte)
- Circo Criollo Revista
- 29 may 2019
- 4 Min. de lectura
Reconstrucción Histórica
Por James P. Brennan
Los trabajadores que habían atravesado los barrios adyacentes volvieron a unirse al resto de la columna y comenzaron a erigir barricadas y encender hogueras en Vélez Sarsfield y las calles de los alrededores. A los trabajadores del SMATA pronto se les unieron los residentes del centro, que habían observado el enfrentamiento desde sus ventanas y balcones y compartían ahora la expresión de indignación colectiva no solo contra la acción policial sino también contra tres años de intimidación y régimen autoritario. El estudiante universitario Luis Muhio quedó sorprendido al ver a los residentes de clase media del centro aportar sus colchones, muebles y otras pertenencias para levantar las barricadas y encender hogueras. Innumerables gestos de esta solidaridad de todas las clases se verían durante todo el día en los barrios a lo largo y lo ancho de la ciudad.
Mientras tanto, unidades policiales habían impedido que la columna obrero-estudiantil de Tosco avanzara hacia la sede de la CGT, por lo que esta intentaba llegar a Vélez Sarsfield por una calle paralela, La Cañada. Encabezada por los trabajadores de Luz y Fuerza, esta columna también incluía contingentes de sindicatos legalistas como la UTA y los estatales de ATE y había sido atacada por la policía con gas lacrimógeno junto a las oficinas de la EPEC, donde se habían congregado para la marcha. A la furia de los afiliados del SMATA se sumó la ira de estos trabajadores a medida que se abrían paso hacia Vélez Sarsfield. Al alcanzar allí a los trabajadores mecánicos, la columna de Tosco se confundió en la protesta general. Algunos permanecieron en Vélez Sarsfield mientras otros se dirigían a los barrios de los alrededores de las sedes centrales del SMATA y Luz y Fuerza para iniciar otro foco de resistencia. Por doquier, a medida que corría la voz sobre el ataque policial, la protesta se convertía en una rebelión que abarcaba a toda la ciudad. Hacia la una de la tarde, se levantaban barricadas y hogueras en un área que cubría unas 150 cuadras, desde los barrios Alberdi y Clínicas al oeste hasta la Avenida Vélez Sarsfield al este, desde las barriadas a orillas del rio Primero en el norte hasta Nueva Córdoba y Güemes en el sur. En los barrios al este de Vélez Sarsfield, bandas errantes de trabajadores y estudiantes incendiaban autos y se movían a voluntad mientras la policía se retiraba hacia el cabildo y la Plaza San Martin, estremecida y confusa con respecto a las medidas a tomar a continuación.
Como las sedes centrales del SMATA y de Luz y Fuerza se encontraban dentro de la zona ocupada, Tosco y Torres intentaron establecer cierto grado de organización y control sobre la protesta. Estudiantes y trabajadores se trasladaban en motocicletas de una a otra barricada, reuniendo información para coordinar la resistencia. Había mensajeros que iban y venían entre los dos edificios sindicales, y Tosco visitó las barricadas que consideraba estratégicas. No obstante, la protesta asumió un carácter espontaneo, respondiendo a los flujos y reflujos de la lucha en las calles y sin atender a ningún plan táctico general. La dirigencia sindical trabajaba en gran medida en la oscuridad, apenas era capaz de seguir el curso de los acontecimientos, y mucho menos de controlarlo. En las últimas horas de la tarde, la protesta se convirtió en destrucción. En la Avenida Colón, la principal calle comercial de la ciudad, los manifestantes habían incendiado las oficinas de Xerox Corporation, una concesionaria Citroën y otros negocios. La destrucción de locales de empresas extranjeras como Xerox y Citroën no era accidental.
Sin embargo cuando la destrucción se difundió a otras partes de la ciudad, el ejército se preparó para intervenir. Se convocaron unidades del Tercer Cuerpo con base en Córdoba, que se encaminaron al límite occidental de la ciudad a eso de la una de la tarde. Osvaldo, un estudiante de ingeniería que estaba haciendo el servicio militar en la época del Cordobazo, apenas si sabía lo que pasaba en el centro, como otros conscriptos, pero al caer la tarde estaba armado y uniformado y recibía la orden de prepararse para marchar sobre la convulsionada ciudad. El comandante del cuerpo, general Sánchez Lahoz, emitió a lo largo de la tarde varios comunicados anunciando la inminente ocupación de la ciudad y exigiendo que los manifestantes abandonaran las barricadas y regresaran a sus hogares. Estos comunicados demostraban que lo militares operaban de acuerdo con la falsa suposición de que el levantamiento respondía a un mando central. A pesar de los intensos esfuerzos de Tosco por restaurar la disciplina, esto era manifiestamente imposible. El dirigente lucifuescista, por ejemplo, no había estado involucrado en los incendios de la Avenida Colón ni se lo había consultado sobre la decisión de quemar el club de oficiales subalternos en su distrito, en las calles San Luis y La Cañada, una acción que habría desaprobado con especial énfasis, dado que no era útil a ninguna finalidad inmediata y aseguraba una dura represión por parte de los militares.
En las últimas horas de la tarde hubo una calma pasajera. Exhausto tras casi cinco horas de protesta, estudiantes y trabajadores descansaban en los bancos de la plaza y en las esquinas, charlando sobre los sucesos del día. Por esa hora, las filas de los manifestantes obreros empezaban a menguar. Sin bien miles de ellos permanecieron en las calles a lo largo de la noche del 29, fueron más los que, como el trabajador de SMATA Juan Baca, terminaron su protesta al anochecer. Muchos tenían familias que los esperaban en sus casas, y la sensación de haber llegado al fin de un día de trabajo era un freno fuerte que cualquier interés en continuar lo que para muchos era una protesta ya consumada. Fue recién entonces, al emprender el regreso a sus barrios, cuando muchos trabajadores comenzaron a percibir, algunos con remordimiento y otros con aprensión, las consecuencias de sus actos. La destrucción desencadenada había sido la peor en toda la historia de los levantamientos cordobeses, y también en el plano nacional desde la Semana Trágica de 1919. Edificios humeantes y esqueletos carbonizados de autos, calles salpicadas de fragmentos de vidrios y barricadas y hogueras de uno a otro extremo de Córdoba daban la apariencia de una ciudad en guerra.

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