La Columna de Juan
- Circo Criollo Revista
- 18 sept 2019
- 2 Min. de lectura
Por Juan Disante

También el carácter e impulso que tenga la Cultura en cada momento histórico, como la economía, depende de qué clase social esté en el poder.
Asistir a una ópera en el Metropolitan Opera House de EE.UU. y abanicarse elegantemente la mandíbula con el programa de mano es una forma de estar en un tipo de cultura. En los entreactos puede usted tomar una copa de champagña francés, saludar a los conocidos con una leve reverencia y hacer gentiles críticas acompañadas de civilizadas sonrisas, todo rodeado de un perfume exquisito.
Aquello es una cultura musical dirigido por un círculo restringido de la alta sociedad. Aquello es el Teatro Colón con algunos gobiernos neoliberales, en donde todavía se pueden escuchar fanfarrias de las cortes europeas o mitos wagnerianos de las rubias hadas alemanas. Advirtiendo que en otras épocas pudimos disfrutar en esas tablas a figuras como Mercedes Sosa, Osvaldo Pugliese, Marilina Ross o Astor Piazzola.
En Latinoamérica, al calor de gobiernos populares, no tuvimos herencias musicales de románticas composiciones apoyadas en valiosos Stradivarius u Órganos de salón. Sino que acá la cultura musical heredada, hizo raíces en percusiones y rasgueos criollos, que tomaban su inspiración artística en las tradiciones y los mitos de los pueblos originarios y, en todo caso, en el mosaico de inmigrantes populares que se asentaba en las grandes urbes, sin descartar para nada la sabia incorporación de la música clásica en muchas de las partituras de toda la región, especialmente la quichua. Muchos reivindican la guitarra como el instrumento por excelencia que enlaza una expresión legítima de todos los pueblos del cono sur. Pero también cumplen un gran papel instrumentos como el violín, el piano o el cello en la cultura latinoamericana y caribeña. El tumultuoso resonar de todo los instrumentos de expresión nos trae el sentir arbóreo y vegetal de nuestras identidades. El ombú, el cedro, el espinillo, el café, el chocolate, el maíz.
Acá, asistir en un parque abierto a un recital de Charly García o del Indio Solari es asistir a una multitudinaria concentración de desbordante y contagiosa alegría bizarra, muy parecida a una libertaria revuelta social, llena de una sensación de plenitud y de un éxtasis que invade nuestras vidas.
Es sentir el privilegio de formar parte a una nueva forma de creación en donde la cultura se está retirando de los reductos más o menos académicos o elitistas, para derramarse en las calles, junto a miles de jóvenes que participan en zapatillas y vaqueros gastados, muchas veces cargando con mochilas o bebés en sus brazos que aprenden del legado.
En las grandes convocatorias, cuando todo el público acompaña con su canto los temas que interpretan Peteco Carabajal o los cuarteteros, es que todo el mundo se siente el artista que está recreando lo que suena en ese momento.
Antes, una minoría selecta dictaminaba en qué consistía la cultura. Hoy, acá, la cultura es materia de un sueño colectivo, creado por todos, que estalla y se renueva cada día.
La banda de cumbia Sudor Marika creadora de un hit reciente, hizo bailar a miles de porteños que no necesitaron de escenarios lujosos para llevar todo a una pegadiza manifestación de protesta. En todo el País sonó el estribillo: "Macri ya fue, si vos querés Larreta también".
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