Octubre 23
- Circo Criollo Revista
- 20 dic 2018
- 5 Min. de lectura
Un documental sobre los secundarios desaparecidos de Vicente López
Por Oscar Edelstein

Hacia fines del 2018, 42 años después de los hechos, se estrena un documental que rescata
la memoria de los estudiantes secundarios del Colegio Nacional y Comercial de Vicente
López. Memoria de sus luchas, sus ideas, de las organizaciones en las que militaron y la
represión a partir del ’76.
Es una historia singular, pero no deja de sugerirnos una analogía y una comparación con ‘la
noche de los lápices’, acaso la representación más reconocida sobre la desaparición de
adolescentes, estudiantes secundarios durante la última dictadura militar.
La relevancia asumida por los hechos de La Plata encuentra su anclaje en varios hitos que
dieron forma a la memoria social y política sobre la última dictadura. La ausencia de
semejantes repercusiones sobre los desaparecidos del Nacional de Vicente López ha
implicado una ausencia de eco, a tal punto que ni siquiera las autoridades locales la hicieron
propia.
Sin duda el testimonio de Pablo Díaz, uno de los cuatro sobrevivientes de la noche de los
lápices en el Juicio a las Juntas en 1985, fue central en esta memoria. Aún recuerdo el
impacto que me causó este testimonio, aunque vale la pena recordar que el juicio no fue
cubierto por la prensa audiovisual. Sin embargo sus palabras aún me resuenan. Tal vez por
una cuestión generacional o por haber sufrido en primera persona las desapariciones de los
estudiantes de Vicente López. Pablo Díaz, sentía, no hablaba solo por sus compañeros, su
testimonio reflejaba el de todos.
Cuando Enrique Fernández Meijide dio su testimonio en el programa Nunca Más,
proyectado por canal 13 en una única emisión un año antes, en 1984, habló de alguna
manera del caso del Vicente López, pero no lo recuerdo. Habló como padre que pierde a su
hijo. No habló de militancias, no habló de luchas, no habló de centro de estudiantes. Pero
realmente no recuerdo mucho más. Lo que quiero argumentar es que ambos
acontecimientos tomaron estado público casi simultáneamente, pero su itinerario en la
opinión pública no tomó el mismo camino.
La publicación de la investigación periodística de María Seoane y Héctor Ruiz Núñez,
luego la película de Héctor Olivera en 1986 y por último la Ley 10671 de 1998 que
establece el 16 de septiembre como el Día de los derechos de los estudiantes secundarios en
la provincia de Buenos Aires, son los elementos que marcan la diferencia.
No dejo de recordar la importancia que tuvo en todo ello el renacimiento del activismo
político y estudiantil desde mediados de la década del ’90, que no solo hizo pie desarmando
la teoría de los dos demonios, sino que también procuró recuperar las militancias
secundarias del pasado convirtiéndolas en emblemas de sus luchas contemporáneas. El 16
de septiembre se constituyó en mucho más que un acto de memoria, ya que recorrió la
geografía del país como seña de lucha contra el modelo de exclusión y mercantilización de
la educación que impulsaba el neoliberalismo noventista.
En mi memoria, el 23 de octubre de 1996 me halló frente a la puerta del Vicente López
solo, y ya ni Nacional era.
En medio, un silencio atroz en sus aulas y en sus patios. Silencio de gritos, de ruidos
escolares, de clases orales o pruebas escritas. Un silencio sobre ese pasado que se extiende
a lo largo del tiempo. Un vacío entre los primeros actos de los ’80 y los actuales, desde el
2006.
El documental nos vuelve a dar voz. Es una voz chiquita, como todos los actos de nuestra
memoria, que abarcan a un puñado de sesentones y algunos jóvenes, las baldosas en la
puerta, el mural en el ISFD Nº 39, las jornadas del 23 de octubre.
Es una voz chiquita, porque el documental es auto gestionado por sus realizadores, no tiene
circuitos de exhibición comerciales, ni siquiera los del INCA. Está al margen del margen.
Pero que por primera vez trasciende a las paredes de las aulas y el patio de la escuela.
Lo vimos en el Conti, lo vimos en la Biblioteca Nacional, lo vemos en centros culturales.
Pero nos devolvió la voz. No sé si lo que decimos entre todos me gusta, en el sentido si es
lo que deberíamos decir, explicar, contar. Pero como me dice uno de sus realizadores, esta
memoria la vamos construyendo. Y ahora la película nos trasciende.
Aquí hablamos de Leonora Zimmermann, de María Zimmermann, de Eduardo Muñiz, de
Pablo Fernández Meijide, de Leticia Veraldi. También de Liliana Caimi (embarazada de 5
meses) y de Gerardo Szerzon. De ellos y sobre ellos, que fueron lo que algunos quisimos
ser pero no fuimos.
Los realizadores Federico Coringrato, Adrián Tanus y Martín Vergara optaron por
presentar los recuerdos de un puñado de familiares, de compañeros de estudios, de
militancia, amigos, para reconstruir el ciclo que atraviesa la historia del Nacional desde la
toma de la escuela en 1973 hasta la represión en 1976.
Aquí las memorias enriquecen el relato con sus matices y contradicciones, como los
recuerdos de una escuela formada por hijos de profesionales e intelectuales, “una escuela en
la que todos podíamos ser amigos”, confrontado con el recuerdo de la presencia de grupos
de hijos de militares que iban armados.
Estas cuestiones en las que el documental abunda constituyen una puerta abierta a la
reflexión sobre varios tópicos, entre ellos, la que me parece la más relevante, el del inicio
del compromiso y la militancia de la adolescencia de los ’70.
Aquí vale la pena recordar que esta militancia revolucionaria adolescente tuvo un ciclo
verdaderamente breve, que no llegó a completar los casi tres años del retorno del peronismo
y que hacia el ’76 estaba desenganchada. Al escuchar estos testimonios no puedo dejar de
reflexionar sobre las condiciones que la vida política ya venía desplegando sobre las
escuelas, a partir de prohibiciones, presencia militar y de servicios de inteligencia, y
secuestros y asesinatos, como el Gerardo Szerzon, el 2 de abril de 1976.
Estos acontecimientos son recordados aun hoy como un anticlímax, y esto es lo particular
de estas militancias revolucionarias adolescentes: se ven envueltas en condiciones políticas,
de violencias, que están más allá de sus cortas experiencias.
Esto es reiterado en una forma del recuerdo que acentúa un aspecto insoslayable: éramos
niños, dicen todo el tiempo.
Que esa edad tan joven esté surcada además por recuerdos de amistad y amor en el grupo
de la JG no debería ser un obstáculo para resaltar el compromiso político asumido tan
tempranamente y de manera tan madura. La escuela era su espacio de militancia y la
escuela los tuvo como amplios protagonistas. A tal punto que los testimonios no dejan de
resaltar quiénes eran, los mejores compañeros, los que militaban en el centro de estudiantes
o en las actividades clandestinas o toleradas, cuando los centros fueron prohibidos.
En ningún momento del documental se interpone una voz externa, una voz en off que opere
como argumento o declaración de los realizadores. Solo se permiten unos pocos inserts
documentales y breves textos explicativos que operan como contexto histórico,
especialmente útiles para los espectadores más jóvenes.
El último capítulo refleja la presencia de los actos de memoria, entre la confección de las
baldosas y las marchas a Plaza de Mayo los 24 de marzo. Aquí el documental nos acaricia
un poco el alma, luego de atravesar el momento más dramático de la remembranza del 23
de octubre del 76.
Y lo hace de la mano de un clip, con musicalización de Jorge Chikiar.
Un dato no menor. Tanto Adrián como Martín y Jorge fueron estudiantes del Nacional.
Cuando ingresaron en la escuela, en el ’84, se conmovieron con el primer acto realizado en
esta escuela. Treinta y cuatro años después nos devuelven esta emoción.
Si quieren conocer esta historia, búsquenla, no esperen que alguien se las cuente: Facebook
Octubre 23.
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